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26 de octubre 2020

6.30 a.m. —Cariño, ponte la mascarilla. —Pero… ¡si estamos en casa! —¿Y qué más da? El virus está en el aire… —Pero tú y yo no estamos enfermos, ¡ya me la pondré al salir! —¿No lo has oído? Dicen que las familias son el principal foco de transmisión. —Sí, cuando hay un contagiado. Ni tú ni yo lo estamos, que yo sepa. —Cariño, haz el favor… póntela. Él agarra la mascarilla con enojo y se la pone. —Está bien. ¿Contenta? Ya me voy. —Que vaya bien el día. —Nos vemos por la tarde. La puerta cierra de golpe, ella suspira y se ajusta la mascarilla. Luego se mira al espejo distraídamente y se atusa el pelo. … 8.30 a.m. —¡Nos vamos, niños! ¡Que llegamos tarde! Se acercan por el pasillo los dos, cargando sus mochilas escolares. —¿Lleváis la mascarilla? —Sí, mami. —Yo preferiría no llevarla. —Pero ya sabes que es necesario, cariño. Es por nuestro bien. —Ya. El chico se ajusta la máscara, con un súper héroe estampado que lanza su puño ante los dientes.

Viernes, 26 de junio

Terminó la cuarentena ¿Qué nos depara el futuro? La «nueva normalidad» se implanta por todo el mundo, como una especie de nueva religión que todos debemos acatar, sí o sí. ¿No quedaron atrás los siglos de la inquisición y la fe impuesta? Esta nueva religión tiene sus dogmas y su catecismo, que se nos va infiltrando por todas partes y que, asombrosamente, la mayoría de ciudadanos adoptan, algunos con reticencias, otros con resignación, y otros con devoto fervor. Más digitalización. Más control — por nuestra seguridad, claro está — . Mascarillas en la cara, a la espera de que lleguen las prometidas vacunas. Vacunación universal — de cuya eficacia algunos dudan, y cuyos riesgos otros denuncian — . Los canales de comunicación alternativos, no comprados por el poder dominante, no dejan de alertar. ¡Despertemos! ¡No perdamos la libertad! No todas las noticias son ciertas… Como decía Orwell, «antes creía que los medios tergiversaban la realidad, hoy sé que inventan lo que no ha ocurrido

Miércoles 24 de junio

¡Llegó el verano! Se terminó el estado de alarma. Se acabó el confinamiento. Se abren las fronteras, poco a poco. Con reparo, con recelo y restricciones. Surgen «rebrotes» en algunos lugares, la cautela se impone. Los medios y el gobierno no dejan de enviarnos avisos, para que no olvidemos. Pero la gente sale, festeja y celebra; llena playas y calles, ¡se acabó el silencio monástico de la ciudad confinada! Como el champán de una botella descorchada, la humanidad quiere salir de casa. Y pasó la noche de San Juan, la noche más corta del año — en el hemisferio norte — , la noche de coger el trébol, saltar las hogueras y poco dormir — o no dormir — . En Barcelona han cerrado las playas, y se recomienda «celebrar la verbena en el barrio». Tampoco abren las discotecas y salas de baile, pero la fiesta se da en la calle, y en las terrazas, y entre vecinos. Los petardos han estallado como siempre, y anoche el cielo estaba turbio, apenas se veían las estrellas, y olía a pólvora. San Juan es

Martes 23 de junio

Artistas Se llama Oscar. Viene del Perú, y le gusta viajar, pintar y conocer las culturas ancestrales de cada país que visita. Cuando vino a Barcelona, le pilló la cuarentena. No podía regresar a su país, ni ir a otro lugar. Se le terminó el dinero, no tenía casa ni familia… Pero tenía amigos. Se juntó con otros jóvenes como él, artistas, aventureros y supervivientes, de varios países. Todos estaban en la misma situación. ¿Qué hacer? ¿Dormir en la calle? ¿Refugiarse en algún albergue para los sin-techo? ¿Desesperarse? ¿Pedir ayuda? Observaron que en una calle muy céntrica de la ciudad había un hostal. Con la cuarentena, cerró. Lograron contactar con el dueño y le pidieron que, a cambio de dejarles dormir allí, sin darles nada más, ellos se encargarían de mantener el edificio limpio y en buen estado. El dueño, ¡debía ser un hombre bueno!, accedió a este trueque tan singular. Los artistas tomaron el hostal. No sólo limpiaron, sino que pintaron, ordenaron, arreglaron cuanto había

Jueves 18 de junio

Cien años «Nací en 1920. Y en todo el tiempo que he vivido no he visto nada como esto . ¡Nada! La guerra era mala. Pero esto es peor aún.» Asiente, le sonríen los ojos, vivos e inteligentes, sobre una mascarilla que quiere deslizarse nariz abajo. Camina erguido, lleva una bolsa del súper con lo que, dice, va a ser su desayuno de mañana. Que se prepara él mismo, porque hace mucho tiempo que vive solo. Es viudo, tiene sólo dos hijos y dos nietos… Y hace cuarenta años que se jubiló. ¡Cien años! En plena forma, con lucidez, con ganas de vivir, con humor. ¿El secreto?, le pregunto. No se lo piensa dos veces: «He trabajado mucho, siempre… Yo nunca paro.» Sonrío, porque todos los centenarios con los que he hablado, ¡todos!, me dicen lo mismo: mucho trabajo. Está claro que trabajar no mata, sino al contrario. Lo que nos mata es la inactividad, más bien. Añade que toma cada mañana tres dientes de ajo, picaditos, con un vaso de agua. Y mucha cebolla: «Cebolla y ajo, el médico al carajo».

Miércoles 17 de junio

Un abrazo Ayer me encontré con mi hermano, después de más de tres meses sin vernos, aunque, gracias a las tecnologías, hemos mantenido algunas videoconferencias con la familia. ¡Bendito zoom! Tenía que pasarle algunas cosas que mis padres me han enviado por mensajero desde el pueblo. Una caja con almendras, nueces, avellanas, conserva de higos confitados... A mi padre le ocurre como a mi abuela, que necesita dar, con esplendidez, y es feliz cuando otros pueden disfrutar y alimentarse del fruto de sus esfuerzos en el campo. ¡Hay personas que tienen corazón generoso de madre-tierra! Nos encontramos. Él venía con su mascarilla, y yo me preguntaba cómo nos íbamos a saludar. Él no dudó. ¡Adiós mascarillas! Se la quitó y nos dimos un abrazo grande, tierno, largo. Dios mío, qué bien saben los abrazos después de tanta distancia social. Luego estuvimos un rato hablando de mil cosas, sentados a la sombra de un patio, ante un suelo sembrado de miles de flores amarillas de las acacias. Me mo

Sábado 13 de junio

Una charla yendo hacia el mar El otro día fui a caminar junto al mar, una pareja de jóvenes se acercó, me preguntaron algo y tuvimos una conversación espontánea. Los dos eran extranjeros, y viven en Barcelona. Él es alemán y ella colombiana, con la carrera de medicina acabada y completando su formación (el MIR). Él me decía que muchos de sus amigos lo están pasando mal, pues han perdido su trabajo, y me preguntó si no me había afectado todo esto del coronavirus. Yo contesté que, a mí, personalmente, no, pero que sabía que la crisis estaba empobreciendo a muchos. Terminé explicándoles que trabajo en una fundación y colaboro en una parroquia, donde ayudamos a encontrar empleo y damos comida a mucha gente, cada día. Se interesaron y quisieron saber más. También me preguntaron mi opinión sobre la pandemia y lo que está ocurriendo. Y se la di. Nos despedimos; la chica buscó la fundación en el navegador de su IPhone y preguntó si la iglesia estaba abierta y decían misa, yo le respondí