Jueves 18 de junio
Cien años
«Nací en 1920. Y en todo el tiempo que he vivido no he visto
nada como esto. ¡Nada! La guerra era
mala. Pero esto es peor aún.»
Asiente, le sonríen los ojos, vivos e inteligentes, sobre
una mascarilla que quiere deslizarse nariz abajo. Camina erguido, lleva una
bolsa del súper con lo que, dice, va a ser su desayuno de mañana. Que se
prepara él mismo, porque hace mucho tiempo que vive solo. Es viudo, tiene sólo
dos hijos y dos nietos… Y hace cuarenta años que se jubiló.
¡Cien años! En plena forma, con lucidez, con ganas de vivir,
con humor. ¿El secreto?, le pregunto. No se lo piensa dos veces: «He trabajado
mucho, siempre… Yo nunca paro.» Sonrío, porque todos los centenarios con los
que he hablado, ¡todos!, me dicen lo mismo: mucho trabajo. Está claro que trabajar
no mata, sino al contrario. Lo que nos mata es la inactividad, más bien.
Añade que toma cada mañana tres dientes de ajo, picaditos,
con un vaso de agua. Y mucha cebolla: «Cebolla y ajo, el médico al carajo».
Reímos, no había oído nunca este refrán, y me parece sabio y divertido a la
vez. Tomo nota mental.
«El gran milagro», dice, y se le nota la admiración en los
ojos, y en los gestos, «es lo que hacen los médicos, que sacan un corazón de un
muerto y se lo ponen a otro, ¡y funciona! O que sacan un ojo, con todas las
cosas que tiene, fibras, nervios…, y se lo implantan a otro, y ve». Admira los
avances de la ciencia, y percibo en sus palabras que se interesa por el mundo y
tiene cierta formación. Luego, con ironía, añade: «Dios, no sé si hace
milagros, porque… ¿cómo es que no castiga a tantos malos que hay en el mundo?»
La pregunta se queda en el aire. Yo me digo que justamente el milagro es este:
que nos deja vivir a todos, buenos y malos, y refrena su poder para otorgarnos
ese don precioso y a veces poco valorado, que nos hace «semejantes a dioses»:
la libertad. Pero me guardo el pensamiento.
Cuando nos despedimos, él, la vecina que me lo presentó y
otro amigo, pienso que además del ajo, y el trabajo (otra rima), hay algo más
en este hombre que espera cumplir cien años con gallardía y buen humor. Quizás
ganas de vivir, carácter apacible, una vida sencilla y ordenada, buenos hábitos
y buena genética. Una mezcla de todo eso.
Cien años. Cuántas cosas ha vivido, y a cuántas ha sobrevivido. También la peor de todas, la pandemia. Me digo para mis adentros lo que tantas veces me repito cuando conozco a alguien así: «Cuando sea mayor, quiero ser como ellos».
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