Sin cara
—¡No! ¡No! ¡Noooo!
En el dormitorio contiguo, Andrea enciende el Led de la
mesilla de noche. Marc se gira en la cama y murmura.
—¿Qué pasa?
—Es la niña. Debe tener una pesadilla.
—Mmmm.
—¿Vas tú, o voy yo?
Él gruñe, aparta la nórdica y se levanta. Sale del dormitorio
y entra en la habitación de la hija. No enciende la luz y se guía por la
claridad que entra desde el pasillo. Acercándose, se sienta en la cama y le
toca el brazo. La niña se revuelve, sudando, y se incorpora.
—Nena, nena… Calma. ¿Qué pasa?
Le acaricia el brazo y después la cabeza con el pelo
revuelto. La niña se despierta llorando.
—Tengo miedo… Papá.
Él la toma en el regazo, abrazándola.
—Ya pasó, ya pasó… Sólo fue un mal sueño.
—Papá, tengo miedo.
—¿Por qué?
—Soñé que estaba… en un sitio, con mucha gente. Y no tenían cara.
—¿Qué?
—No tenían cara… Y me miraban, con unos ojos…
El padre le acaricia la espalda.
—Cariño, si tenían ojos, ¡tenían cara!
—No, ¡no tenían cara! No tenían cara y yo tenía miedo… Mucho
miedo. Me querían hacer daño.
—Nena, nena, ya pasó.
…
En la entrada del colegio se reúnen las madres y algún
padre. Los niños corren hacia la verja abierta y se colocan en sus filas. Tarde
y apresurada, llega Andrea con su hija de la mano. La niña se planta de golpe.
—¿Qué pasa, Luci?
—No quiero ir…
—Pero ¡si están ahí tus amigas! Vamos, cariño, ¿qué te pasa
hoy?
—No me gusta el colegio, ahora.
—Vamos, cariño, siempre te ha gustado. Entra.
La niña avanza un paso y se detiene, reticente.
—Va, Luci. ¡Tengo que irme!
Le da un beso en la cabeza y le arregla un bucle,
empujándola suavemente.
—Adiós, cariño.
La niña entra. Va hacia su fila, dos amigas la saludan y
ella responde. Llevan mascarillas estampadas de flores.
…
En la clase, la profesora entra y cierra la puerta. Los
pupitres están espaciados, en filas de a uno. La clase huele a silicona porque durante
el fin de semana acaban de instalar, en cada mesa, el separador de metacrilato.
Los niños alborotan y comentan la novedad.
—¡Hala! ¡Como en las tiendas!
—¡Como en una nave espacial! ¡Me voy a mi cabina!
—Qué chulo.
—La profe ya nos dijo que lo pondrían.
—Es como tener una casita, ¿no? —comenta una niña rubia, con
trenzas atadas en lacitos.
Luci se queda en la puerta, indecisa.
—¡Vamos, Luci! ¿No quieres estrenar tu casita?
Busca su pupitre, deja la mochila y aparta la silla para sentarse.
Toca el metacrilato con cautela, dejando la huella de su dedo impresa.
—¿Así nos podemos quitar las mascarillas? —pregunta un niño,
acomodándose en su puesto.
—No —dice la profesora—. La mascarilla nunca se quita. Pero
ahora estaréis más protegidos.
—¡Los virus no podrán saltar! —exclama otro niño, golpeando
el metacrilato, y simula un ataque viral como de aviones que se estrellan
contra el panel. Sus compañeros ríen hasta que la profesora reclama silencio.
—¡Chicos! ¡Vamos a empezar la clase! ¡A la de tres!
Se ponen todos de pie e imitan los gestos de la profesora,
que va marcando la secuencia ante todos ellos. Recitan.
—Mascarilla, distancia, gel. Yo me cuido. Tú te cuidas. Nos
cuidamos todos.
Se llevan las manos a la cara, abren los brazos y luego se
frotan las manos. Muchos sacan sus geles de la mochila y se lavan
concienzudamente. Una niña muy pulcra despliega un pañuelito de papel, lo empapa
en gel y limpia una huella dactilar que ha dejado impresa en el metacrilato.
Luci se sienta, mirando a su alrededor. Luego alza la vista
hacia la profesora, distraídamente. Juguetea con un rotulador. Pasa un rato. La
profesora está explicando algo, y la mascarilla quirúrgica que lleva se va
inflando y desinflando a medida que habla, como un globo blanco sobre sus ojos protegidos
tras las gafas.
De pronto, Luci se pone en pie, temblando. Algunos la miran,
la profesora sigue hablando. Luci se pone el anorak aprisa y coge su mochila. Entonces
la maestra se detiene.
—Luci, ¿qué estás haciendo?
—Me voy —dice.
—¿Qué?
Ahora todos la miran estupefactos.
—No puedes irte. ¡Estamos a media clase!
—Me voy —repite ella, y avanza hacia la puerta. La profesora
le sale al paso.
—¿Quieres ir al baño?
—No… ¡quiero irme!
Los chicos estallan en risas. Varias niñas se incorporan,
asomándose tras los metacrilatos. Algunas se ponen de pie.
—¿Qué te pasa, Lucía?
—No quiero estar aquí, ¡quiero irme!
La profesora la coge de un brazo.
—¡Ahora no puedes irte! Explícame qué te pasa.
Luci empieza a chillar.
—¡No! ¡No! ¡Nooo!
—¡Lucía!
Un grupo de niñas se acerca, la maestra las riñe.
—¡Volved a vuestro sitio! ¡Distancia!
—¡Noooo! —sigue gritando Luci, y forcejea con la profesora,
que la suelta, alarmada.
—¿Por qué haces esto, Lucía? ¿Qué te pasa?
Luci deja caer la mochila y da una patada en el suelo.
—¡No quiero estar aquí! ¡No me gusta la clase! ¡Todos sin
cara! ¡Todos sin cara! ¡Quiero irme!
Ahora toda el aula se sume en un revuelo. La profesora
intenta contener a los niños, pero no puede. Luci tira del paño de la puerta y
sale por el pasillo, corriendo. Tras ella, la tutora y un tropel de niños y
niñas.
El celador, con uniforme azul marino y mascarilla, los
detiene.
—¿Qué coño pasa?
Agarra a la niña que huye, y Luci empieza a patalear, lanzando
alaridos. Se abren las puertas de otra aula y los niños se agolpan alrededor de
la tutora, que también comienza a dar gritos.
—¡Distancia! ¡Distancia! ¡Volved al aula de inmediato! ¡Ya! O
voy a enviar un aviso a vuestros padres. ¡Volved ahora mismo!
Luci sigue chillando y pateando al celador que la sujeta.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ir! ¡Noooo!
La directora del centro no tarda en presentarse y se dirige
a la impotente maestra.
—Llama a su madre.
—Quizás deberíamos llevarla a urgencias…
—Llama a su madre, te digo. Deja que me ocupe yo y vuelve al
aula. No podemos permitir que pasen estas cosas.
—La niña se ha puesto a gritar, de repente… No sé lo que le
pasa.
—Los niños están sometidos a mucho estrés. Algunos no se
adaptan bien a todo esto. Déjalo en mis manos.
El celador se lleva a Luci, a rastras, al despacho de la
directora. Los gritos se oyen por todo el colegio.
…
—Mamá, mamá, ¿sabes qué ha pasado hoy en clase?
—No, cariño.
—Que Luci se ha puesto a gritar de repente, y se quería ir.
¡Un jaleo! No paraba de gritar, y gritar. ¡Nos hemos asustado!
—Pero ¿Por qué?
—¡No lo sabemos!
—¿Y qué ha hecho la profesora?
—Le preguntaba qué le pasaba, pero Luci sólo gritaba ¡No!
¡Noooo! Y que se quería ir. Al final, el celador y se la ha llevado al despacho
de la directora.
Las tres madres se miran, las niñas saltando a su alrededor
en la acera delante del colegio.
—Menudo lío.
—Pobres criaturas.
—A ver si va a tener algo malo esa niña…
La madre más aprensiva coge a su hija por los hombros,
apartándola del resto.
—¿Y qué ha pasado después?
—No lo sé, mami. Luci no ha vuelto. Dicen que ha venido su madre
y se la ha llevado.
—Luci es tu amiga, ¿verdad?
—Sí, y la he llamado al móvil, en el patio. Pero no contestaba.
¿La llamamos ahora?
—No, no. Mejor después. Quizás se ha puesto enferma y está
descansando.
—¡Pero si estaba bien!
—Bueno, a lo mejor ahora no lo está.
—¿Tiene el Covid? —pregunta otra de las niñas.
—No, no creo.
—¡Tonta! Pero si el Covid es tos, y fiebre. Luci no tenía
nada de eso.
—¿Y tú qué sabes?
—Yo creo que Luci tenía miedo.
—Miedo ¿de qué?
—No lo sé. Pero chillaba como si tuviera mucho miedo. Como cuando
tienes una pesadilla…
…
En el despacho de la directora, la madre toma asiento, con
gesto preocupado. Se ajusta la mascarilla, que se ha deslizado bajo su nariz, y
cruza las piernas.
—Andrea, ¿qué le pasa a su hija?
—No lo sabemos. El lunes se despertó en medio de una pesadilla.
Pero se encontraba bien. No… no entendemos por qué se ha comportado así.
—¿La han llevado al médico?
—Sí… bueno, no. Llamamos al CAP, les explicamos el tema y no
le dieron importancia. Dicen que, si la niña no tiene síntomas ni fiebre, no
pueden hacer nada. Que le demos un tranquilizante.
—¿Se lo han dado?
—Yo quería… Pero mi marido es reacio a dar medicamentos a
los niños. Ahora está en casa, tranquila, y parece que se encuentra bien.
—Pero lleva dos días sin venir a clase.
—Es que… —Se mueve en la silla, nerviosa—. Es que, cada vez
que le decimos de venir…
—¿Qué le pasa?
—No quiere venir al colegio. Se pone a gritar y no podemos
con ella. Lo siento… No sabemos qué hacer. Mi marido dice que mejor pasar unos
días, a ver si se tranquiliza.
—Pero ¿no se dan cuenta? ¡Su hija no está bien! ¿Y no le dan
tranquilizantes? ¡Debería verla un psiquiatra?
La madre se echa hacia atrás, con gesto de espanto.
—Si ya lo pienso… Pero mi marido…
—Oiga. Andrea. Deje que su marido diga lo que quiera. ¡Usted
es su madre! Y es responsable de ella. No pueden tener a su hija en casa así,
en esas condiciones.
—En casa está bien y se comporta con normalidad…
—Pero debe venir al colegio. Es obligatorio, ¿lo entiende?
—Sí… Sí.
—No puede justificar su ausencia diciendo que se pone a gritar.
Si la niña no viene, deben ustedes presentar un certificado médico.
—Lo sé.
—Mire, no se preocupe. Esta situación nos rebasa a todos. No
sabe usted lo duro que ha sido para nosotros, los docentes. Hemos tenido que
reorganizar todo el centro y adaptar los horarios y los programas. ¡No crea que
ha sido fácil! A ellos, a los profesores, también les cuesta llevar mascarilla
a todas horas, y marcar distancia, y recordar a los niños mil veces las normas.
Pero aquí todos hemos de poner de nuestra parte. Y ustedes, los padres, son
responsables fuera del centro.
—Lo sé.
—Deben llevar a su hija al médico. Que la vea un psiquiatra.
Si en el CAP no los atienden, busquen uno privado. ¿Tienen seguro?
—Sí, sí, tenemos uno.
—También podría verla la psicóloga del colegio. Conoce a los
niños y es muy agradable. Creo que debería verla cuanto antes.
—Sí, la traeré. A ver si puedo convencerla de venir…
—Dígale que no viene a clase, que es sólo una visita. Usted
sabrá cómo convencerla.
—Eso espero —Suspira, mirando hacia la ventana. Tiene los
ojos húmedos y una lágrima le empapa el borde de la mascarilla.
—Andrea, dígame una cosa. ¿Ha intentado hablar con su hija?
—¡Claro que sí! Cada día, varias veces. Estoy teletrabajando…
¡Tengo mucho tiempo para estar con mis hijos!
—¿Y qué le ha dicho? ¿Por qué no quiere venir al colegio?
—Dice que… Bueno, es una pesadilla que tuvo. Dice que no
quiere venir, porque le asusta la gente sin cara.
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