Miércoles 24 de junio
¡Llegó el verano!
Se terminó el estado de alarma. Se acabó el confinamiento.
Se abren las fronteras, poco a poco. Con reparo, con recelo y restricciones.
Surgen «rebrotes» en algunos lugares, la cautela se impone. Los medios y el
gobierno no dejan de enviarnos avisos, para que no olvidemos. Pero la gente
sale, festeja y celebra; llena playas y calles, ¡se acabó el silencio monástico
de la ciudad confinada! Como el champán de una botella descorchada, la humanidad
quiere salir de casa.
Y pasó la noche de San Juan, la noche más corta del año —en el hemisferio norte—, la noche de coger el trébol, saltar las hogueras
y poco dormir —o no dormir—. En
Barcelona han cerrado las playas, y se recomienda «celebrar la verbena en el
barrio». Tampoco abren las discotecas y salas de baile, pero la fiesta se da en
la calle, y en las terrazas, y entre vecinos. Los petardos han estallado como
siempre, y anoche el cielo estaba turbio, apenas se veían las estrellas, y olía
a pólvora. San Juan es una fiesta que huele a guerra y suena a peligro…
Qué lejos de las hogueras de antaño, donde se quemaban
trastos viejos, muebles y recuerdos olvidados, qué lejos de las ancestrales
tradiciones del fuego y la vida, de tomar la antorcha, saltar la hoguera, pasar por las
llamas y salir renovado por el coraje.
¡Ojalá este San Juan pueda quemar el miedo!
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