Sábado 13 de junio

Una charla yendo hacia el mar


El otro día fui a caminar junto al mar, una pareja de jóvenes se acercó, me preguntaron algo y tuvimos una conversación espontánea.

Los dos eran extranjeros, y viven en Barcelona. Él es alemán y ella colombiana, con la carrera de medicina acabada y completando su formación (el MIR). Él me decía que muchos de sus amigos lo están pasando mal, pues han perdido su trabajo, y me preguntó si no me había afectado todo esto del coronavirus. Yo contesté que, a mí, personalmente, no, pero que sabía que la crisis estaba empobreciendo a muchos. Terminé explicándoles que trabajo en una fundación y colaboro en una parroquia, donde ayudamos a encontrar empleo y damos comida a mucha gente, cada día. Se interesaron y quisieron saber más. También me preguntaron mi opinión sobre la pandemia y lo que está ocurriendo. Y se la di.

Nos despedimos; la chica buscó la fundación en el navegador de su IPhone y preguntó si la iglesia estaba abierta y decían misa, yo le respondí que sí, y que durante toda la crisis sanitaria no había cerrado un solo día, manteniendo las precauciones oportunas de distancia y seguridad, para ofrecer un espacio de oración y atender a las personas que lo necesitaran.

Cuando nos despedimos seguí mi paseo y me quedé pensando. Puedo sentirme privilegiada, pues no he enfermado, nadie de mi familia ha muerto, mi vida sigue y puedo ayudar a otros. Pero ¿cuántas vidas se han visto truncadas, cuántas familias han quedado rotas, cuántos han perdido su trabajo y el sustento básico, con esta pandemia? Y me he rebelado, porque sé que mucho de este dolor se hubiera podido evitar. Y sé que la pobreza, toda esta pobreza y parálisis económica que vivimos, no es culpa del virus, sino de una serie de decisiones políticas. La evidencia lo muestra: otros estados, tan afectados como el nuestro, han tomado otro tipo de medidas. Han superado la pandemia, han tenido menos muertos y no han hundido la economía de todo un país.

No quiero dudar de la buena intención de nuestras autoridades. Pero cuando la buena voluntad da tan malos resultados, cabe preguntarse si es por ignorancia, por torpeza o por otra causa. Si es por incompetencia, ya es grave. Pero si es por otros motivos, que no sabemos, y que jamás nos explicarán, peor aún.

Ahora es cuando toca mirar al futuro, sonreír ante la tormenta, como la mujer fuerte de la Biblia, y sacar lo mejor de lo peor. ¡Los humanos somos expertos en esto!

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