Martes 9 de junio

Nueva normalidad


Después del «quédate en casa», el «todo irá bien» y el «juntos podremos vencer», ahora toca el turno a la «nueva normalidad». Es curioso estudiar los eslóganes que se nos han inoculado hasta en la sangre durante estos cuatro meses de cuarentena.

Nueva normalidad. ¿Qué significa esto? Normalidad, en lenguaje corriente, significa volver a lo de siempre, a la costumbre, a lo sabido, a la zona de confort en la que hemos crecido y a la que estábamos amoldados. Pero… ¡nueva! Si es nueva, es que algo ha cambiado. Y esta es otra de las ideas que se han difundido por todas partes: las cosas ya no volverán a ser como antes, emerge algo nuevo, «el mundo después del coronavirus». Caramba, parece que seguimos un guión muy bien orquestado.

Normalidad viene de norma. ¿Quién establece las normas sociales que definen lo que está bien y lo que no? ¿Quién se inventó la normalidad? ¿Quién decide lo que es normal, y lo que no?

Antiguamente, las normas las dictaban los reyes y los sacerdotes. En algunos lugares, los ancianos y la aristocracia del lugar. En otros, los padres de familia, o las madres. Sería interesante estudiar las raíces de las leyes en cada cultura. Casi siempre se remontan a tradiciones prehistóricas, cuya memoria se ha perdido en el tiempo.

Antes, en occidente, la normalidad la dictaba el derecho, heredado de Roma y el mundo germánico, y la Iglesia. Las normas eran, en teoría, para llevarnos a una vida buena, y después de la muerte, al cielo.

Ahora, ¿quién dicta las normas? Las normas, ahora, las dicta el mercado. ¿Quién es el mercado? Un montón de señores y señoras a los que no conocemos, pero que mueven los hilos de las finanzas, la política y las normativas internacionales. ¿Y a dónde quieren llevarnos estos señores? Ahora ya nadie quiere ir al cielo, pero nuestros líderes quieren ofrecernos el paraíso en la tierra: una serie de sensaciones y placeres logrados a base  de un consumismo frenético, que no se puede conseguir si no ganas dinero, que no ganarás si no trabajas como un esclavo para el empresario, para el estado, o para el sistema. Es decir, la zanahoria y el palo del burro. (¿Es mejor esto que «el cielo»?)

Somos ganado conducido hacia… ¿dónde? El caso es que estamos tan dormidos que no somos conscientes, y aún creemos que alguien benévolo vela por nosotros. Ya no es Dios, ahora es «el universo», y si no, la OMS, nuestros gobernantes, las autoridades, los médicos, nuestros ídolos particulares o el gurú tal o cual. Las ideas se nos infiltran eficazmente por los medios, la literatura, el cine y la televisión. Ideas bonitas: de libertad, de autorrealización, de crecimiento, de prosperidad, de goce y disfrute… ¡Qué fácil es convencernos con esta publicidad, tan estética, tan bien diseñada, tan persuasiva!

¿A dónde nos lleva la «nueva normalidad»? Si quienes la dictan son los poderosos del mundo, ese supuesto bienestar futuro me resulta muy sospechoso. Por de pronto, y recordando las palabras de nuestro presidente y de otros políticos, me vienen a la mente…

-      Más digitalización de nuestra vida. Menos presencial, más virtual, más «tele»: tele-trabajo, tele-asistencia, telecomunicación, tele-conversaciones, tele… ¿Tele-amor? ¿Tele-amistad? ¿Tele-escucha? ¿Telelelele…?

-      Más control de la ciudadanía: con vacunas obligadas, detectores, localizadores, DNI digitales, implantes de chips bajo nuestra piel. En teoría, para facilitarnos la vida, por nuestra seguridad y por nuestro bien. ¿De verdad?

-      Más «quédate en casa», porque todo el mundo insiste en que vendrán más pandemias y nos tenemos que acostumbrar a que los virus campen por sus respetos: «han venido para quedarse» es otro mantra que se repite.

-      Más globalización, si es que teníamos poca. Todos estamos  conectados y todos dependemos unos de otros. ¡Qué bonito! Por tanto, caminamos hacia el gobierno mundial, las leyes mundiales, el poder total… dirigido por unos pocos, ejercido sobre todos. (¿Eso va a ser más «democracia»?)

En teoría, todas estas cosas podrían ser buenas: más seguridad, más comunicación, más flexibilidad en el trabajo, más tiempo libre para disfrutar en casa, más coordinación entre los gobiernos mundiales, más solidaridad internacional, unidad de criterios, unidad de leyes, unidad de ideas…

En la práctica, pueden ser escalofriantes: control total de la ciudadanía, menos empleo y más ocio digital, confinamiento indefinido, aislamiento físico, individualismo, uniformidad de leyes y de pensamiento, imposibilidad de disidencia… ¿Hacia qué mundo vamos? El Gran Hermano, Matrix y Un mundo feliz quizás se quedaron cortos. Sólo que las novelas lo pintaron muy dramático, y en la realidad todo será aparentemente más amable, más divertido, más humanitario. Más… «normal».


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