Jueves 4 de junio

¡No puedo respirar!


Esta es la frase, trágica, que repitió una y otra vez el ciudadano Floyd antes de morir en el hospital, tras una violenta detención policial en los USA. Sus últimas palabras han dado la vuelta al mundo.

¡No puedo respirar! La misma frase escuché ayer, cuando me crucé con una vecina mía por la calle. Con la mascarilla bajada, arrastrando su carrito de la compra, me saludó y, casi como excusándose, añadió: ¡Con esto no puedo!

Le sonreí y le dije que tenía razón. Yo no llevaba puesta la mascarilla.

Me enteré, hace pocos días, que el BOE (el oficial, el del estado) prescribe el uso de mascarilla sólo si se rompe la distancia de seguridad. Y que exime de su uso a personas con problemas respiratorios o de asma. Me he enterado, por el canal de Youtube de un médico mediático con aire de locutor de la CNN, que las mascarillas azules, las que casi todos llevamos, protegen a los demás de tu saliva y tu aliento, pero no a ti. Y que las mascarillas blancas de "pico de pato", las que llevan los sanitarios y se supone que son muy seguras, te protegen a ti, pero no a los demás.

También he sabido, leyendo un artículo en una revista de salud, que las mascarillas filtran partículas de hasta 200 micras, pero que el virus de marras mide unas 50... ¿De qué nos están protegiendo las mascarillas?

¿Por qué nos obligan a llevarlas, si ni siquiera nuestro gobierno prescribe su uso obligatorio, salvo que rompamos la "distancia social"? ¿De qué sirve ponerse el bozal, si luego puedes quitártelo para comer o beber, a menos de un metro de tu amigo, colega o vecino, en la terraza de un bar?

En las terrazas, por cierto, tampoco se ven muchas mascarillas. Sólo los camareros las llevan.

¡No podemos respirar! No entiendo nada, pero... que nos quiten el bozal, ya. 

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