Sábado 30 de mayo

El desafío de ser feliz


En estos meses de confinamiento me ha ocurrido como a muchas personas. Aprovechando que tenía más horas para estar en casa, me he apuntado a varios cursos online. ¡La actividad virtual ha sido intensa!

Uno de los talleres online que seguí fue un “desafío” o challenge (esto que está tan de moda) de crecimiento personal. Quizás algunos podéis pensar qué hace una mujer como yo, a mi edad, haciendo ese tipo de cosas. Bueno, la verdad es que, aunque estoy a punto de cumplir cincuenta tacos, siento que todavía tengo mucho por caminar y que, pese a toda la experiencia acumulada que tengo, que no es poca, aún debo aprender algunas cosas.

Este seminario, además de enseñarme varios conceptos interesantes, me ha ayudado a recordar qué es prioritario en mi vida y cómo organizarme mejor para dar tiempo a esas prioridades.

El último día del desafío, nuestro profesor, coach o animador, nos invita a ¡compartir! No te quedes adentro lo que has aprendido. ¡Contribuye! Así que hoy voy a compartir en este pequeño diario tres ideas muy simples, que quizás parecen muy obvias, pero que quizás necesitamos recordar más a menudo.

Si algún lector cae por aquí y lo lee, ¡mi deseo es que puedan ayudarle!

Se trata de la felicidad. Todos la perseguimos. Pero ¿qué es, exactamente? Seguro que, si preguntamos, no habrá dos respuestas iguales. ¿Qué es la felicidad para ti?


Tres clases de felicidad


Hay tres tipos de felicidad, y todas son necesarias, si queremos de verdad gozar de una vida plena y con sentido. El problema es que muchas veces nos quedamos con una sola clase de felicidad, y eso nos desequilibra y puede llevarnos, al final, justo a lo contrario: a la angustia y a la frustración, incluso a la enfermedad.

La primera es la felicidad de la experiencia. Es el disfrute, físico y emocional: se trata de esa felicidad que llamamos de “los pequeños momentos”. Disfrutar de un baño, un café, una conversación, del amor, de una película, de un delicioso menú… La felicidad del “sentir” es estupenda, pero si nuestra vida se reduce a perseguir estos momentos, que dependen tanto de tener algo físico, nos convertiremos en unos ávidos buscadores de placer, adictos a lo que sea. Si no conseguimos “eso” que nos hace felices, nos sentiremos muy desgraciados.

Hay que poder ser felices de otras maneras. Y aquí viene la segunda felicidad: la del aprendizaje o el crecimiento. Aprender algo nuevo, dominar un nuevo arte, una disciplina, sentir que cada vez mejoramos y avanzamos, que estamos creciendo, esto produce una felicidad interior y un placer enorme.

Y hay una tercera felicidad: la de la contribución. Es la felicidad que produce el dar algo de ti, ayudar, ser útil, ser generoso con quien lo necesita. Es la felicidad de hacer felices a otros, de saber que tu trabajo, o tu aportación, marca una diferencia. Esta, a mi ver, es la más profunda y duradera.

Sin embargo, las tres son necesarias. Una vida generosa de entrega, sin momentos de amistad, de disfrute, de placer, acaba siendo una vida muy descarnada, puede agotar emocionalmente,  producir estrés, “quemar” e incluso enfermar. Una felicidad interior, de crecimiento y aprendizaje, pero que no se comparte ni se comunica a los demás, acaba siendo un lujo casi egoísta, y el miedo a perderla puede envenenar la alegría. Una felicidad que se limita a saborear placeres, cuando estos se pierden o no se pueden disfrutar, causa frustración, ira, tristeza y desespero.

¿Qué podemos hacer cada día, para cultivar estas tres fuentes de felicidad? Disfrutar, crecer, dar… Sentir, aprender, contribuir. Seguro que cada cual a su manera y dentro de sus posibilidades, puede hacer alguna cosa.

Y cuando la felicidad ya no depende de lo que pase o de lo que tengas, sino de lo que tú haces y decides a cada momento, ¡está en tus manos! Incluso enfermo, tendido en la cama de un hospital, puedes hacer algo que te haga feliz y haga felices a los demás. Esta es una lección que aprendí hace cuatro años, cuando pasé trece días hospitalizada, tras una operación de urgencia.

Cuando no puedes hacer nada más, aún puedes mirar con cariño a una persona a los ojos, aún puedes escuchar, aún puedes puedes recibir. Aún puedes rezar… y aún puedes dar gracias.

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