Sábado 2 de mayo
¡Sal de casa!
Entramos en la fase 1 del «desconfinamiento» o «desescalada»,
como dice el gobierno. Se permite pasear y hacer deporte, ¡en solitario!, y
guardando las distancias. Así que esta mañana he salido, por primera vez en dos
meses. He ido a caminar junto al mar. Esperaba ver más personas, como yo, ávidas
de aire, de luz, de horizontes amplios, quizás no muchas. ¡Y me he encontrado
casi una fiesta!
Jamás, en los años que llevo viviendo en este barrio, había
visto tantísima gente paseando, corriendo, contemplando la salida del sol, a
estas horas de la mañana. Y ha brotado dentro de mí un doble júbilo: el gozo de
mi cuerpo moviéndose, caminando, más consciente que nunca, sintiendo mis pies
vivos sobre el asfalto, y la alegría de ver que tantas personas, todavía, después
de tanto encierro, siguen vivas, despiertas, con ganas de salir.
Corredores, paseantes, muchachos con sus monopatines,
ciclistas e incluso parejas. Juntas, dándose de la mano. Poquísimas
mascarillas. Eso sí, las playas estaban vedadas. Las cintas policiales impedían
el acceso a la arena, tan prometedora, y a las aguas tranquilas que invitan a
un baño revitalizante. ¿Puede ser eso malo para la salud?
En algún lugar alguien rompió, cortó o pisó la cinta. Y la gente
saltó a la playa, y al espigón. Algunos se atrevieron a pisar la arena. Entonces
llegó la policía. Desde el vehículo, una voz anodina en altavoz repetía: «Seguimos
en confinamiento. ¡Abandonen la playa!»
A medida que iba caminando, con ese gozo que me llenaba por
dentro, puro como el oxígeno, pensé. Si no hubieran impuesto tantas restricciones horarias, no habría tanta gente a estas horas y los paseantes,
como cada fin de semana, irían saliendo escalonadamente, durante el día. Si no
hubieran cerrado el paso a la playa, no estaríamos aglomerándonos en el paseo
marítimo. ¿No han sabido prever esto las autoridades? ¿A dónde se fue el
sentido común?
Regreso a casa. Feliz, sintiéndome viva, ligera, vibrante.
Tenía hambre de caminar, hambre de espacios libres, hambre de sol naciente
sobre el mar. Espero volver. Espero que las restricciones no vuelvan. Que no se produzcan incidentes, y que nos
dejen seguir saliendo.
¡Somos humanos! Humanos, y no robots. No nacimos para vivir
estabulados. El «quédate en casa» puede ser un buen eslogan para ciertos
momentos… pero lo que de verdad llevamos inscrito en los genes es «sal de tu
casa». Sal de tu concha, de tu caparazón, de tu refugio. Sal, camina, respira,
encuéntrate con tus semejantes. ¡Vive! Si alguien quiere que nos acostumbremos y
seamos felices en un confinamiento indefinido, antes tendrá que domarnos... o quitarnos la
humanidad.
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