Miércoles 6 de mayo
El color de la esperanza
¿Es el verde, el color de la esperanza? ¿O quizás es más
oscuro de lo que creemos?
Ayer me enviaron un vídeo de la Madre Verónica.
Fundadora de una nueva comunidad de religiosas, esta singular priora era una
joven brillante, con una carrera impecable y un futuro profesional muy
prometedor. Lo tenía todo… pero en su vida había un vacío espantoso y un gran sufrimiento.
Hasta que encontró el Todo que sació
su sed. Dejó todo lo demás y hoy preside una comunidad de cientos de jóvenes
que viven con asombrosa alegría su vida de clausura y ofrecen escucha y consejo
a miles de personas. La charla de la Madre Verónica es una respuesta a los
cientos de mensajes que les han llegado con motivo de la crisis del
coronavirus. En ella ofrece una visión en profundidad de lo ocurrido y varias
reflexiones muy valiosas.
Lanza varias preguntas inquietantes. ¿Realmente era tan bueno
lo que teníamos hasta ahora? ¿Hemos de volver a la normalidad de antes, o deberíamos
aspirar a algo mejor? ¿Y si el virus ha actuado como un gran despertador, para
sacudirnos de ese letargo en que vivíamos, hundidos en un ritmo frenético y en
la superficialidad? ¿Y si nos está llamando a la puerta para recordarnos las
cosas realmente importantes en la vida, y para que cambiemos de rumbo? ¿Qué será
lo importante, cuando nos encontremos a las puertas de la muerte? ¿Qué contará
entonces? ¿Qué es lo que llena de
sentido nuestra vida?
Madre Verónica —imagen veraz, bello significado de su
nombre— comparó nuestra cultura con el Titanic, que
hace más de cien años se hundió. El paraíso flotante cuyo lema era «a
este barco no lo hunde ni Dios». Desoyendo avisos y olvidando toda prudencia,
su tripulación se durmió en los laureles. No fue Dios quien hundió al buque,
sino un iceberg traicionero que se puso en su camino y lo embistió de costado. Hasta
las últimas horas había quien todavía no podía creer que se estaban hundiendo…
Había pocos salvavidas, para apenas la mitad de los pasajeros. Pero muchos
botes saltaron al agua medio vacíos, por prejuicios sociales y porque se aisló
a los de «tercera clase», impidiéndoles acceder a ellos. Perecieron muchos más
que la mitad, mientras la orquesta tocaba músicas alegres, intentando hacerles
olvidar que se iban a pique. El barco se partió en dos y desapareció en las
profundidades. Todos conocemos la historia… La famosa película nos ha dejado imágenes
imborrables, un romance amoroso y una canción que siempre nos hace llorar. La
realidad es mucho más pavorosa, y la historia está ahí, como recordatorio.
¿Somos un Titanic que avanza hacia su naufragio cantando inconscientemente? ¿Estamos
naufragando mientras aplaudimos, cantamos y pintamos arco iris con mensajes «positivos»?
Madre Verónica hace una última reflexión. Quizás vivimos en
tiempos de color negro. En ese «eclipse de Dios» del que hablaba el papa emérito.
Dios parece ausente del mundo. Lo han matado, lo han barrido, lo han prohibido
o lo han confinado… Parece callar. Parece no estar. Pero está ahí, latente como
las semillas a punto de brotar.
Quizás sea el negro el color de la esperanza. El negro, y no
el verde. El negro de la noche oscura, que precede al amanecer.
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