Domingo 31 de mayo

Sol naciente


Esta mañana he dado un largo paseo en bicicleta junto al mar. Apenas he cruzado la ronda litoral y he salido al paseo marítimo, un enorme sol naciente ha llenado mis ojos.

Rojo, elevándose sobre el mar. Cautivando las miradas de corredores, viandantes y contemplativos que madrugan para atrapar esta primera hora del día. La hora mágica, la hora milagrosa. La hora en que muere la noche y el mar queda bañado de luz.

No hay dos amaneceres iguales; el de hoy era perfecto. Y después, pedaleando y respirando el frescor de la mañana, he comprobado que la gente sigue saliendo. No es la multitud de los primeros días, quizás porque es domingo. Una de las pocas cosas buenas del confinamiento es que, al no haber ocio nocturno, las madrugadas son mucho más tranquilas. Puedo salir un domingo por la mañana sin encontrarme con el triste espectáculo de puñados de humanidad rota por el alcohol y la droga.

Qué lástima que para evitar eso tenga que venir una epidemia y un estado de «anormalidad» que nadie desea que se prolongue…

Pero el día nace, el día es hermoso. Respiro y me lleno los pulmones de aire y la mirada de luz. Y me vienen a la mente esos versos bíblicos del cantar de Débora: «Sean los que te aman, Señor, como el Sol, cuando nace con todo su fulgor».

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