Miércoles 1 de abril

Dos historias



Llamémosle Giuseppe. Es italiano, tiene 73 años, vive solo. Confinado, comienza a sufrir ahogos y a encontrarse mal. Tiene fiebre. Se desplaza al hospital cercano, donde es diagnosticado: tiene el Covid-19. Lo ingresan en la unidad de infectados. En la cama próxima, un joven de veintitantos tose y respira con dificultad. Pero en el hospital ya no quedan respiradores.

A los dos días, llega un respirador al hospital. Lo traen con un mensaje. Es para don Giuseppe. Resulta que ese viejecito canoso y discreto es cura. Sus feligreses han hecho una colecta de emergencia y le han comprado un respirador. El médico acude a la habitación, con una enfermera. Buenas noticias, don Giuseppe. Ya tenemos respirador para usted. Él se gira y mueve la cabeza hacia su compañero de habitación. Pónganselo a él.

Al día siguiente, don Giuseppe muere. Lo entierran sin funeral, cuatro operarios de pompas fúnebres envueltos en sus trajes y con mascarilla. Un ataúd barato en una fosa común. Sus feligreses no pueden acompañarle, más que con el sentimiento y una oración apenada, que se multiplica por WhatsApp.


Jordi tiene treinta y seis años. Afectado por la ELA, enfermo desde hace décadas y postrado en una silla de ruedas, se aferra a su respirador con tanta pasión como a la vida.

«No nos dejéis los últimos si nos contagiamos y tenemos que ir a la UCI». El mensaje se hace viral.  

¡No nos dejéis morir! Viejos, enfermos crónicos, discapacitados. Los que hemos descubierto que la vida tiene sentido, más allá de la productividad. No nos dejéis morir. Estamos enfermos, pero vivos. No nos descartéis. ¿Nos quita valor un defecto, una enfermedad, los años vividos? ¿Somos menos humanos? Jordi se convierte en abanderado de muchos, que tiemblan. Tiemblan de miedo más que de fiebre. Pasar de los setenta o sufrir una larga dolencia, ¿es una condena?


Dos historias, dos héroes. Uno, por querer vivir. Otro, por no importarle morir. Los dos, enamorados de la vida. Uno lucha por la suya. Otro renuncia a la suya por dársela a los demás. ¿Podemos juzgarlos? Quizás lo único que cabe es admirarlos. Y esquivar la pregunta cruel: ¿qué haríamos nosotros, en su lugar?

Comentarios

  1. Terrible.

    Este tipo de situación me hace acordarme de dos ficciones a las que ahora parece evocar la triste realidad: el primer supuesto "El bote salvavidas" del libro "101 dilemas éticos" y el capítulo "Narración de la Isla" de la obra "Gog" de Giovanni Papini (https://ciudadseva.com/texto/gog/).

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  2. ¡Qué sorpresa! Gracias... Creo que he leído uno de estos dos relatos, pero los buscaré. :)

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