Martes 7 de abril

No es una broma


Me acabo de enterar de que Televisión Española ha estrenado una serie titulada “Diarios de una cuarentena”. Qué casualidad. Es una comedia donde se ironiza y se exhiben escenas jocosas derivadas del confinamiento al que nos vemos obligados la mayoría de ciudadanos.

Es lo que tiene no ver la tele: no te enteras de ciertas cosas. Hace más de quince años que apagué la televisión, una noche de agosto de 2004, y no he vuelto a encenderla. Hace mucho tiempo que no tengo televisión en casa ni la echo de menos.

Quizás sea bueno reírse de uno mismo y hacer broma de las circunstancias. Me pregunto si a quienes han perdido un padre, un hermano o un cónyuge en esta crisis les parecerá divertida la serie en cuestión. Quizás sí. No lo sé. No la he visto, de modo que no puedo juzgar. Me pregunto, de nuevo, dónde está la frontera entre un humor sano y el mal gusto.

Pero ya sabemos qué es la tele. Esa tele que cumple una importante función social, tanto que el gobierno ha decidido otorgarle una ayuda de quince millones de euros durante esta crisis. Un amigo me corrige: no son para la tele pública, sino para las cadenas privadas. Ah, vale. Dos grandes grupos mediáticos que cerraron el ejercicio pasado con un superávit millonario. Bien. Quizás necesiten esa ayuda. Quizás.

No han dicho que vayan a otorgar un paquete de ayudas extra a las parroquias o a las oenegés que están a pie de calle ayudando a la gente, atendiendo a los sin techo y repartiendo alimentos pese a la alarma general, despidiendo personal por falta de recursos y capeando como pueden el temporal. Esas no cuentan. Cuando hay crisis, son las primeras que dejan de recibir ayuda. No son importantes, como la tele. Nadie las ve, y no protestan.

Pero, para quien no tiene una nevera llena, ni un armario atestado de ropa y papel higiénico, porque ni siquiera tiene casa donde meter sus carritos y sus escasas pertenencias, para esos, son imprescindibles. También para los solitarios y desesperados.

Y son muchos, aunque no queramos verlos y giremos la cara a otro lado. Son los que no cuentan, pero están vivos. Son los que molestan, pero siguen ahí. Tienen un nombre y una historia, aunque prefiramos etiquetarlos con lo que no tienen. Son los que nos recuerdan que somos dignos, no por lo que ganamos o hacemos, sino por el hecho de ser… simplemente, humanos.

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