Martes 28 de abril
Tambores confinados
Mis vecinos han empezado a tocar el tambor. Supongo que,
hartos y aburridos, han echado mano a una especie de timbal, o batería, no lo sé.
Suena rotundo y estridente, y lo tocan con tanto entusiasmo como una banda de
zulúes en la sabana, cánticos incluidos.
O me enfado, o me pongo a bailar. No estamos en la sabana,
sino en pisos de cincuenta metros cuadrados con paredes de yeso que todo lo
dejan pasar: toses, voces, suspiros, ronquidos y hasta el crepitar de la
fritanga en la sartén.
No estamos en la sabana… ¡Pero la añoramos como leones
enjaulados! Los niños ya pueden salir a la calle, ¡y se nota! Me cuentan que en
la Barceloneta este domingo se vio a mucho más que niños: adultos, solos o en
grupo, paseando. Y no todos eran vecinos de las cuadras más cercanas. ¡Hambre
de mar! ¿Por qué, entre todas las prohibiciones, han señalado que nadie se puede
bañar? Dios mío, si el agua salada todo lo mata, todo lo purifica, todo lo sana…
¿Qué virus sobrevive a un buen baño de mar?
He oído por la radio que en Suecia y en Noruega el
confinamiento no ha sido tan duro, que se permite a la gente salir, sola, a
pasear, a tomar el sol, a tocar naturaleza, bosque, campo. Incluso a tomarse
una cerveza en la terraza de un bar —guardando
la distancia, eso sí—. Por cierto, tampoco los bares y
restaurantes han cerrado. Los contagios y las muertes, allí, han sido
mucho menos. ¿Qué está pasando?
Me temo que no lo sé. No sabemos de la historia la mitad, ni
la décima parte. Los medios nos transmiten la punta del iceberg, maquillada y esculpida
por las homilías que cada fin de semana emiten nuestros gobernantes, con cara
de buenos chicos y voz de psicólogo benevolente. No sabemos lo que pasa, aunque
las redes corren llenas de información. Discernir el grano de la paja, la
exageración de la verdad, lo conspiranoico de la trama real, es trabajo arduo.
Pero, aunque no la veamos, la masa del iceberg está ahí abajo. Y sabemos algo: la
parte que no se ve es peligrosa.
Hemos aprendido a ser dóciles. Hemos aprendido a resistir.
Hemos sabido ser solidarios y generosos. Hemos sonreído al mal tiempo. Hemos
aplaudido a los héroes y hemos compuesto canciones, poemas y hasta bailes.
Ahora, quizás, nos falte despertar. Porque nos toca navegar en aguas
tormentosas, y no podemos quedarnos dormidos. No queremos naufragar. La muerte
cercana nos ha hecho amar la vida más que nunca.
Despierte el alma
dormida, avive el seso y recuerde…
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