Jueves 9 de abril


¡Qué belleza! Esta tarde, estaba hablando por teléfono con una buena amiga, con la que hacía tiempo que no me comunicaba esto tiene el confinamiento, que nos acerca más en la distancia. De pronto, una música me ha llamado la atención. Era dulce y penetrante, no parecía salir de un aparato. He abierto la ventana y… me he quedado como tantos otros vecinos, extasiada, escuchando a una vecina que, sentada en su balcón, tocaba el violoncelo.

Ha llenado el jardín interior de nuestros bloques con sus acordes, cálidos y profundos. Después de una primera pieza, ha continuado con otra, y otra, entre aplausos y silencios agradecidos. Nos ha regalado un repertorio clásico, con aquellas melodías que casi todos conocemos y amamos. Esta tarde, en nuestro patio interior, hemos gozado de un improvisado concierto.

Cuánta generosidad. Mi amiga, al teléfono, que ha oído la música, me comenta que unos vecinos suyos también tocan instrumentos, y salen al balcón por las tardes, tocan y cantan, y la gente los aplaude. Alguien dijo que los virus son mensajeros… Quizás nos tenían que mostrar que tenemos vecinos artistas, vecinos generosos, genios solidarios que alegran las largas horas de confinamiento con lo mejor que tienen y saben hacer. ¿Lo sabías antes? ¿Sabías que enfrente de tu balcón hay una mujer que toca un instrumento de cuerda y hace milagros con sus dedos? La música cura. ¡Necesitamos tanta de esta buena música, tocada en directo, con intención y sentido, dedicada a nuestros oídos hambrientos de belleza! Gracias, gracias, gracias.

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