Domingo 29 de marzo
Cercanías y soledades
Cambio de horario. A las dos serán las tres… y mañana
amanecerá más tarde, pero los anocheceres serán más largos y luminosos. Dormiremos
una hora menos, pero esta vez apenas lo notaremos. No hay lugares a donde ir,
no hay horarios que cumplir, no hay misas a las que asistir.
Echo de menos la misa semanal. Y echo de menos ver muchas
caras, escuchar muchas voces. Algunas las oigo por teléfono. Otras, resuenan en
los e-mails que recibo. Hoy me han escrito tres personas amigas, tres mensajes
que releo, cargados de cariño y sinceridad. Respondo y les digo que la soledad
no me pesa. Y es cierto. Mis soledades están siempre muy llenas, no me aburro,
siempre tengo algo que hacer y alguien en quien pensar. No me asusta el
silencio, ni encontrarme conmigo misma. En realidad, nunca estoy sola del todo…
Pero también es cierto que los otros enriquecen mi vida. Amigos, familia,
personas cercanas y no tan próximas. Quizás sea necesario alejarse para
comprender cuánto vale la presencia física. Que la amistad on line está bien,
pero hace falta algo más.
Por la calle me he cruzado con una vecina que paseaba a su
perro. Nos hemos saludado, sonrientes, a unos metros de distancia. El perro ha
trotado hasta mí y ha posado sus patas en mi muslo. ¡Sin miedo al contagio! ¿Qué
deben pensar los perros, en estos días? Me pregunto si en su alma canina
comprenderán algo de lo que está pasando. Dicen que los animales perciben
muchas cosas, incluso más que nosotros, los humanos, que tenemos la intuición y
el instinto aletargados y perdidos en medio de tanta formación e información… Benditos
perros, que permiten que sus dueños puedan respirar un poco de aire libre, y
recibir el sol.
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